|
Entrevista a A l a n P a u l s
por Andrea Stefanoni y Damián Lapunzina
|
Empezó a escribir a los trece años imitando a Ray Bradbury, con historias que sucedían en Marte o en Júpiter, entrelazadas con temas familiares. Años más tarde descubrió a Cortázar, "fue como una especie de virus muy importante", recuerda Pauls. "La primera vez que sentí vértigo al leer fue con el cuento 'Las babas del diablo'. También, 'En la colonia penitenciaria', de Kafka, "es uno de los cuentos que más veces leí, creo que lo llevo tatuado en la cabeza, en el cerebro".
|
|
Alan Pauls nació en Buenos Aires en 1959. Es periodista, crítico de cine y guionista. Sus novelas: El pudor del pornógrafo, El coloquio, Wasabi y El pasado, ganadora del premio Herralde 2003, una novela de 550 páginas que le llevó casi cinco años escribirla. Es una historia de amor: Rímini y Sofía se separan después de trece años. "El final de una relación amorosa es algo que dura mucho, si es que hay un final".
El escritor chileno Roberto Bolaño lo definió así: "Es usted uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos y somos muy pocos los que disfrutamos con ello y nos damos cuenta". A pesar de que nunca llegaron a verse personalmente, Bolaño parecía tener como una especie de obsesión hacia el escritor argentino y hasta llegó a dedicarle un capítulo de su último libro, El gaucho insufrible.
"El hecho de que no nos hubiéramos conocido personalmente ayudó mucho, es como que no había interferencias, fue una especie de relación muy pura, como la de los escritores en el siglo XIX, que uno vivía en Nueva Delhi y el otro vivía en Nueva York y se mandaban cartas y obras. No había personas".
Pero las palabras del escritor chileno quedaron atrás, porque ya no somos tan pocos los que nos damos cuenta y podemos disfrutarlo.
¿El Pasado de Alan Pauls, tiene algo que ver con el pasado de Alan Pauls?
Sí, tal vez hay un poco más de autobiografía deliberada de mi parte en este libro que en los otros, incluso quizás hay una decisión más explícita, por lo menos para mí, no necesariamente para el lector, que no tiene la menor idea de eso. Lo autobiográfico solamente me interesa en la medida en que ese material que parece propio se vuelva completamente ajeno y me permita tratarlo como si fuera la vida de otro. Quiero decir que no encuentro ninguna relación expresiva entre lo que yo soy y lo que escribo, a lo sumo lo que yo soy, o lo que puedo haber sido, o lo que me puede haber pasado en mi vida es un material como cualquier otro, está sometido a las mismas desfiguraciones, a las mismas elaboraciones y a la misma malversación a las que someto materiales que encuentro en otras literaturas o materiales que forman parte de la vida de otras personas, en ese sentido no tiene ningún privilegio la autobiografía, y de hecho en Wasabi, la novela anterior, que para mí es el momento en el que empiezo a trabajar más decididamente con mi material personal, mi vida personal, poniendo incluso nombres propios reales en la novela, lo que para mí es el punto más alto, más obsceno al que puede llegar un relato autobiográfico, ya ahí había una cierta concepción del material autobiográfico como un material que solamente una vez que era considerado ajeno, podía ser susceptible de ser trabajado literariamente.
¿Qué les debés a las mujeres de tu vida?
Probablemente les debo casi todo. Siempre me intrigó de una manera casi sobrenatural el modo en que las mujeres piensan el mundo, viven el mundo, miran el mundo... Y en un punto las considero como marcianas, son como lo otro absoluto, en relación conmigo, con los hombres... y siempre fueron para mí como un objeto de análisis, de curiosidad. Cuando mi mujer quedó embarazada y me enteré que iba a tener una hija dije: ¡esta es la mía!, ¡voy a ver cómo se forman!(lo dice frotándose las manos). Uno ve siempre a las mujeres ya formadas, incluso cuando tenés cuatro años y te las encontrás en el jardín de infantes o en la plaza, ya las ves formadas, no sabés muy bien cómo llegaron ahí. Así que cuando me dijeron que sería una nena pensé que iba a estar muy cerca del secreto, de ver cómo se forma el secreto. Y por supuesto, las mujeres son tan geniales que ni siquiera un bebé te muestra el secreto. Te lo muestra, y cuando vos querés agarrarlo, te lo quita. Después empiezan a crecer, y la narrativa del crecimiento es tan genial que ya te olvidás de que lo que querés es el secreto, lo único que querés es ser atontado, narcotizado. O sea que todo eso fue fallido , pero creo que a mi pobre hija también la estoy convirtiendo desde hace rato en un objeto de análisis. Me parece que les debo casi todo porque son la diferencia, y asomarme a esa diferencia para mí es una experiencia genial. Nunca en la vida me aburrí con una mujer, puedo haber odiado a mujeres, me pueden haber maltratado, puedo haber sufrido, pero nunca tuve una experiencia de tedio con una mujer. Puede sonar como abusivo lo que digo, como que las uso, pero creo que las relaciones entre los hombres y las mujeres son un poco así. Las protagonistas de mis novelas son mujeres, siempre hay como falsos hombres que protagonizan. Así que me siento deudor, sobre todo de ese interés que me inspiran, de esa curiosidad.
Alguna vez pensaste que nunca ibas a terminar tu novela y que la gente, en lugar de comprar el libro, pagaría para verte escribir. ¿Qué sentiste entonces, el día que escribiste los últimos renglones de El Pasado?
Sentí un cierto alivio. Pero lo que pasa es que cuando uno termina un libro, el terminar no es un momento puntual, sino que uno va terminando, terminar es un largo momento en la escritura de un libro. Entonces probablemente todas las emociones que uno tendría que experimentar en el momento en que pone el punto final, ya las ha estado experimentando a medida que fue escribiendo ese final. El final es algo que dura mucho, (que es un poco el tema de la novela... ), el final de una relación amorosa es algo que dura mucho, si es que hay un final, si es que hay una terminación de algo. Entonces estaba un poco expectante en relación con el final de la novela, con el momento en que terminara de escribirla, porque además era una novela muy larga, muy larga para mí sobre todo, que había escrito siempre cosas cortas, entonces esperaba ese momento algo así como el momento Misery, en que el tipo compra su botella de champagne preferida y sus habanos preferidos... pero no pasó nada de eso porque yo no tengo ninguno de esos rituales para terminar los libros, así que fue muy decepcionante en un sentido, yo pensaba que iba a ser medio apoteótico, pero se terminó y se terminó. Lo primero que pensé cuando la terminé fue: ¿mañana qué voy a hacer? ¿cómo va a ser la vida mañana? Porque fueron casi cinco años los que tardé en escribirla, entonces más que el texto en sí, lo que me preocupaba era qué iba a ser de mi vida, mi economía temporal, mi economía vital, a qué me iba a dedicar las cuatro o cinco horas que yo dedicaba todas las mañanas a escribir la novela.
De todas maneras inmediatamente surgen cosas que hay que hacer con la novela, releerla, corregirla, etc... Y más con una novela larga que además nunca había releído, no era que antes de seguir escribiendo releía lo que había escrito, es una novela prácticamente escrita sin relectura, sin saber lo que ya había escrito, recordándolo más o menos vagamente, pero cuando estaba escribiendo la página cuatrocientos cincuenta, cada vez que pensaba que existía una página siete, decía: ¡Dios mío, lo que debe ser eso!, porque a lo largo de esos cinco años envejecí, entonces probablemente el tipo que escribió la página siete sin duda no era el mismo que el que escribía la cuatrocientos cincuenta, entonces pensaba que tal vez la novela parecía escrita por muchas personas y que iba a tener que revisarla, y cepillarla, o darle como un tono uniforme. Después por supuesto me di cuenta que no, que hay una especie de fuerza que atraviesa toda la novela que le da al mismo tiempo su unidad o su consistencia, o cierta homogeneidad aún cuando es una novela donde hay muchos registros, muchas lenguas diferentes.
Hay un texto de Deleuze, Porcelana y volcán, donde comienza citando a Fitzgerald: "Toda vida es un proceso de demolición", ¿tiene algo que ver con El pasado?
Sí, sí. Es una frase con la que tengo una especie de emblema, de divisa negativa. Soy muy sensible a los momentos en que las vidas se empiezan a derrumbar. Soy muy sensible a ese crujido que solamente uno siente y que señala que algo se desmorona, que en Deleuze es muy difícil de ceñir porque no se trata exactamente de una enfermedad, no se trata exactamente de un trauma, ni de una experiencia desgraciada. Lo que hay es como una especie de exceso de vida, lo que hace que las vidas se derrumben es siempre como un exceso. Lo que hace que la gente se vuelque al alcohol, o a la autodestrucción, es algo así como que uno tiene demasiados pulmones y eso hay que quemarlo de alguna manera. Y sí, El pasado creo que tiene algo de eso y no sé si es exactamente el exceso de vida lo que hace que la vida de estos personajes se derrumbe, pero lo que hay, creo, es una especie de exceso de belleza, un exceso estético. Para mí el momento crack up de la novela es cuando ella, antes de dormir, en un estado de hiper lucidez ya medio sonámbulo, lo mira y le dice: "somos una obra de arte". Creo que ése es el momento en el que todo cruje, ése es el crujido de la novela, de hecho, en la página siguiente ya están separados. Es el punto en que ya es imposible vivir, esa vida es imposible, porque ellos son como obras de arte, se pueden mirar, se pueden contemplar mutuamente, se pueden reverenciar, pero no pueden vivir así.
¿Te molestan las críticas? ¿Te molestó cuando Ignacio Echeverría, del diario El país de España, dijo que tu novela tenía algo así como un exceso de grasa?
No, no. Me pareció un poco vulgar la asociación literatura-lípidos, creo que Echeverría podría haber encontrado una metáfora un poco más feliz, o más sutil, o más sofisticada. Pero no me molestó, porque además esa crítica particularmente me resultó muy interesante, porque ponía muy en evidencia el grado de perturbación, de discusión interna en el que la novela lo había puesto a ese crítico. Como si el tipo no hubiera podido evitar escribir su experiencia de lectura. Me pareció interesante que la novela lo forzara a plantear tan escandalosamente esa especie de desorientación en la que está, entre considerar a la novela genial, y considerarla una porquería llena de grasa. Me parece que cuando las críticas son un síntoma, no sólo de los libros a los que critican, sino del estado en el que está el crítico que los lee, me parece que como efecto de un libro es genial. Y me gusta mucho cuando los libros -sean míos o de cualquiera- producen reacciones encontradas. Me gusta mucho más eso que la unanimidad.
En realidad lo que más me molestó con lo de Echeverría -algo con lo que él no tiene nada que ver- es el hecho de que un medio como Ñ (el suplemento de Clarín), en lugar de darle el libro a leer y criticar a un crítico argentino, a un colaborador de Ñ, levantara la crítica de Echeverría, entonces ahí dije: bueno, ¿qué horror, no? Un suplemento cultural como Ñ, que además nace bajo la invocación de la resistencia cultural...
Eso para mi fue escandaloso, en realidad, no me escandaliza porque sé que es Ñ, y sé que es Clarín, pero me pareció que era como muy bajo, que podían haber demolido la novela si querían, pero ¿por qué no le pagan a un tipo de acá 200 o 300 pesos, o la miseria que les pagan para que lo hiciera?, si querían hacer mierda la novela debe haber millones de personas acá que no les gustó y que la harían mierda con gusto, ¿por qué no se la dan a ellos, no?, es un libro argentino, de un autor argentino, editado en Argentina, además.
Creo que hay un problema de política cultural que a mí me parece siniestro, pero bueno, eso no tiene nada que ver con la crítica de Echeverría.
Creo que en general el libro fue muy bien tratado, tuvo buenas críticas y a veces en exceso, incluso me parece que tuvo lectura, lo cual es más difícil, porque la crítica es una necesidad del medio, no puede no haber crítica, pero lecturas es más difícil.
¿Sentís tranquilidad al tener a Herralde como editor?
Siento que estoy en muy buenas manos. Herralde lee lo que publica, entiende lo que publica, lo entiende él personalmente y por lo tanto puede gestionar la vida pública de ese libro con mucha más inteligencia, con mucha más sutileza, con mucha más sensibilidad que esos editores que no tienen la más puta idea de qué es lo que publican, porque cada colección tiene tres directores y están ahí abajo... y nunca los ves porque están siempre ocupados en el banco...
Entonces me parece que lo que Herralde hace con los libros realmente es genial. El pasado es un libro muy difícil en un sentido y creo que la vida afortunada que tuvo, en parte, tiene que ver con quien lo editó, que pone la plata para el premio, sabe qué hay adentro, sabe qué hay en esas páginas, entonces sabe cómo hacer para que ese libro ocupe un lugar en el mundo -el que tiene que ocupar, ni más ni menos- y lo logra. Eso es genial. Eso es realmente ser un editor, leer lo que publica, saber lo que publica y vender lo que publica, no otra cosa para engañar, pero ya cuando engañaste y se dan cuenta, vendiste 50.000 ejemplares. A él no le interesa eso, no es que descrea del marketing, no es un anacrónico, entiende que el libro tiene que venderse y que tiene que tener una imagen en el mundo, simplemente la diferencia es que lee, entonces ajusta la imagen del libro con lo que el libro es. Y eso es algo muy raro de encontrar en los editores, encontrar un editor que lea ya es raro...
Por ahí, hace cincuenta años eso pasaba con Losada, o con Sudamericana. Eso es terrible para los argentinos, que alguna vez Argentina fue así, y ahora es una catástrofe, sobre todo las grandes compañías, porque hay editoriales pequeñas que están muy bien.
Sos un hombre que trabaja con las palabras, si tuvieras que elegir una, la primera que te venga a la cabeza, ¿cuál sería?
Es que nunca me viene nada a al cabeza... (Risas). Vademécum. Son los cuadernillos donde los médicos tienen anotados los remedios. Lo que quiere decir es: va conmigo, va-demecum.
Parecería que estás constantemente usando palabras relacionadas a la medicina o a ciertas enfermedades...
Sí, me interesan mucho la enfermedad y la medicina. Me interesan mucho, mucho, mucho, casi tanto como las mujeres y el amor.
Además soy bastante hipocondríaco, entonces tengo mucho material todo el tiempo para reflexionar, y me interesa la homeopatía como disciplina.
¿Te atendés con un homeópata?
Sí, hace muchos años. Empecé a informarme, empecé a entender... No veo a un médico alópata desde hace mucho, salvo que sea algún especialista por cuestiones muy puntuales. Hace mucho que estoy como flotando en esa disciplina , me parece que la homeopatía tiene que ver con un cierto pensamiento artístico, se plantea el problema de la singularidad, te hacen todo tipo de preguntas, va como construyendo una especie de personaje que justamente tiene en cuenta las singularidades, en cambio, la alopatía trata de borrar todo el tiempo el problema de la singularidad y tratan de meterte en géneros y te someten a un tratamiento homogéneo. Los homeópatas son como locos, ellos escuchan lo que vos tenés de singular, por ejemplo, hay gente que se desmaya cuando le cortan el pelo, eso es lo que el homeópata escucha, el alópata jamás le va a dar importancia a eso, o le hacen un electro encefalograma porque quizás tiene un problema neurológico...
Todo eso que define de una manera rarísima, extravagante, a una persona, para el homeópata es tan importante como para el alópata el análisis de sangre, o el nivel de glucemia... y me parece que eso tiene mucho que ver con la imaginación artística.
Confesión:
Trabajé en una librería cuando era muy joven, en una librería chiquita que estaba al lado del Gran Rex. Trabajé seis meses ahí. Nunca me robé tantos libros en mi vida.
Cuando le preguntaron a Bolaño si se había arrepentido de algún libro que robó contestó: "no, porque los estudiaba muy bien antes de robarlos".
Claro, en la librería es perfecto. Yo me iba al depósito los sábados, que, como era día de cines, cerraba como a la una de la mañana, pero entre once y una no había nadie, porque estaba todo el mundo en el cine, entonces ahí bajaba al depósito donde estaban todos los libros que ninguno de los vendedores de la librería sabían que existían -porque nadie bajaba al depósito-, y empezaba a mirar, me quedaba una hora leyendo y mirando y ahí hacía el casting y después me los llevaba....
¿Podemos ponerlo eso?
Sí, sí, porque de hecho, mi patrón en ningún momento lo supo...
Además, ya prescribió la causa...
(Risas) Claro, sí, sí, ponelo...
¿Qué sentís cuando, siendo elogiado por escritores como Piglia o Bolaño, otros consideran que sos un escritor para mujeres en la playa?
No me siento para nada interpelado por eso. Lo veo como una cosa totalmente exterior, exterior a mí, exterior a lo que escribo. No me preocupa particularmente que el libro les guste a las mujeres en la playa, no veo por qué a las mujeres en la playa no tendrían por qué no gustarles novelas buenas. Además, la mujer en la playa no me parece una categoría peyorativa... (risas). Lo que es novedoso para mí es que esta novela haya tenido una circulación más transversal que mis libros anteriores, que efectivamente eran libros más de gheto, o de comunidades, yo antes podía decir cómo era el lector de mis libros, ahora no lo sé, realmente no lo sé.
Me ha pasado de estar en el recital de Massive Attack, en el Club Ciudad y que un tipo pase con dos latas de Speed, totalmente dado vuelta y me diga: "loco, mató El pasado!" (Pauls hace los gestos imitando al pibe dado vuelta), eso nunca me había pasado antes.
¿Y eso te gusta?
Sí!, me parece genial. Yo jamás hubiera pensado que un libro como El pasado podía gustarle, o podía robarle a un pibe así, que tiene esos intereses, ese mundo, cuantas horas de su tiempo para leer una novela romántica, tortuosa, torturada, llena de detalles, analítica, insoportable... pero me parece que justamente ese fenómeno inesperado es lo más interesante. Si me encuentro con mis amigos, o con la gente de la facultad y me dicen: "leí tu novela", me parece más esperable, así como yo leo lo que ellos escriben y me intereso por lo que ellos hacen.
Lo que más me interesa es que después de nueve meses de publicado el libro está ahí, tiene como una especie de presencia. Herralde decía en España que la novela era como un clásico, como esas novelas que ya nacen como en una colección de clásicos y la verdad es que puede ser que haya algo de eso. Ahora la novela debe tener una salida como homeopática, algo así como veinte por mes... pero que eso se mantenga me parece genial.
|