Por supuesto, en los años 40 descubrí la poesía (y con ella, los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía) pero, como el asno de Buridan, yo miraba más bien hacia la escudilla de Gerardo Diego o hacia el mucho más jugoso pesebre de César Vallejo , bajo cuya influencia estaba, hasta que, inmediatamente después de la guerra, me ganaron André Breton, Paul Eluard, Louis Aragon y el conde de Lautréamont a un surrealismo en versión porteño-romanticona del cual, por suerte, no queda ningún rastro escrito. Mi pobre abuela creía sin embargo que "el muchacho prometía" y llegó a infligirle a Oliverio la abatatada lectura de su nieto ensucia-cuartillas. Aún recuerdo la cara del poeta, que no sabía fingir, y que salió del paso con algunas frases sobre la necesidad de conocer la poesía ajena pero también de librarse de su influencia y lanzarse por sendas propias.
¿Qué encuentran los jóvenes en Oliverio? No, seguramente, su biografía porque éste fue un representante típico de la especie hoy extinguida de las ovejas negras de las ¨buenas familias¨ que realizaban su viaje iniciático por Europa y el mundo, combinando su actitud de globe-trotter a la inglesa con su vida bohémienne de parisino del exilio platense. En cambio sí su actitud ante el mundo, el idioma, la cultura, esa mezcla de humor, sensualidad, ruptura con las normas, invención, protesta iconoclasta contra la solemnidad conservadora de la sociedad argentina. Basta pensar que al escribir que en Verona la virgen se asienta en una fuente como en un bidé, Oliverio escandalizaba a sus contemporáneos pero escandaliza también hoy a tantos, católicos o no pero, eso sí, respetuosos de las jerarquías, e incluso de las celestiales, por las dudas…
Pero no voy a seguir aburriendo a nadie, entre otras cosas porque, como dice Juan Gelman, el funcionario debe funcionar y el obispo debe obispar; o sea, que corresponde al crítico, y no al escriba, criticar. Prefiero recordar a Oliverio con un aggiornamento de su exvoto A las chicas de Flores.
Las chicas de Flores no se pasean por la plaza hoy presa sino que atrapan a sus víctimas reflejando sus pezones en las vidrieras, que los multiplican y distribuyen urbi et orbe para mayor gloria de la humanidad doliente.
(1) El autor es periodista, escritor, ensayista y trabaja como profesor - investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco, de México. |