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por Mariela González Rosso
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Mira la copa de vino tinto que está apoyada en el borde de la mesa de madera del comedor. Se levanta del tullido y cómodo sillón y la bebe, la mueve un poco y observa fijamente el líquido que hay en su interior. Despide un olor concentrado y rico.Enciende un cigarrillo de esos negros que adora fumar y pone un poco de música para sentirse acompañada. Afuera llueve torrencialmente y el ruido del agua que cae en su patio le tintinea en los oídos. Se acerca a la ventana antes de volver al ensueño de su cómodo sillón y ve a través del goteado vidrio, la selvática imagen que brinda su patio español lleno de plantas y verde. Se aleja una vez más de los recuerdos y retoma el sillón y la lectura que había detenido. La música logra atraparla, envolverla y ayudarla a combatir su soledad. De repente siente un disparo proveniente de la casa contigua. Se sobresalta y se arrima a la pared. No escucha nada. Hasta que un nuevo disparo vuelve a sobresaltarla cuando aún no se había recuperado del impacto del primero. Ni un grito, ni un gemido. De la tranquilidad más absoluta pasa a la desesperación más implacable. Toma las llaves, sale a la calle en busca de quién sabe qué descubrimiento. Se instala frente a las rejas de la casa vecina y las abre, penetra en el jardín e intenta introducirse en el interior de la vivienda. Cuando ya está adentro encuentra una casa en completo orden, exageradamente en orden. Sin saber bien por qué recorre la casa con una seguridad inaudita, hasta llegar al comedor y ver como una película por cuadros lo que se repite en su memoria una y otra vez: una copa de vino apoyada en el borde de la mesa de madera y un sillón cómodo y tullido con rastros de que alguien pasó por allí. Y la música y un cigarrillo de esos negros que adora fumar. Y la lluvia torrencial que no cesa... Y la ventana y el selvático patio español. Ve un cuerpo tirado despidiendo sangre por un orificio de la bala que le ha dado justo en el corazón y se enfrenta a una rara sensación de dolor mudo. No puede borrar la imagen de esa sangre que sale a borbotones por ese agujero, negro y profundo, justo en el corazón, zón, ón. En un corazón tan malherido, que ni siquiera profirió un solo grito ante el disparo.Un corazón silencioso y solitario.
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