Paul Auster ha vuelto o bienvenidos a Brooklyn
por Mariela González Rosso
 

 

....y sí, como lo digo, ha vuelto a Brooklyn, ciudad que le ocupa la vida y los sueños. Un canto de amor al barrio. Ciudad testigo de enredos y desenredos austerianos, esos que le gusta planificar para enganchar al lector como una mosca a la miel.
Auster es una compañía, señores; un autor que escribe libros de esos que uno dice lo leo y siento que no estoy solo, sino que formo parte de otra historia, que tengo otra vida y vagabundeo por otras calles, que no son las mías y que son la de los personajes en los que planto mi mirada. En la literatura siempre pasa esa simbiosis, pero con Auster estás obligado a meterte dentro del libro, a ser arte y parte de él, porque busca esa complicidad con el lector.
 Y para no seguir con tanta cháchara, podría decirles que `Brooklyn Follies` es ese tipo de libros, el que uno desea que nunca se acabe y que se saborea como si de un caramelo se tratara. Pero quizás no sea del todo honesta mi descripción, porque la que suscribe, es una fan del autor más amante de Nueva York que existe en estos tiempos que corren.
No obstante, tratando de ser lo más subjetiva posible, puedo decirles que si nunca han incursionado por el mundo austeriano, cualquier libro que encuentren les gustará ( y esto es absolutamente real, al diablo con las subjetividades) y les atrapará de la misma manera, porque lo que apasiona de él no es un libro, sino su escritura: hilante, ágil y fácil de captar.
En este, su último libro, el estadounidense plasma su amor por un Brooklyn en el que lleva viviendo desde hace veinte años, y lo hace a través de Nathan Glass, el protagonista, una especie de alter ego suyo que ha sobrevivido a un cáncer de pulmón y a un divorcio después de 33 calamitosos años de matrimonio. Un perdedor a todas horas, de esos a los que el escritor nos tiene tan acostumbrados. Un hombre sesentón que decide volver a esa ciudad, que es su lugar de nacimiento para terminar su vida allí. Pero, una serie de conexiones inconexas girarán en torno a él y al resto de los personajes. Un paseo desde el ambiente cosmopolita que se respira en su barrio, hasta los judíos y sus costumbres (siempre en posición de defensa), la reelección de Bush (es muy duro en esta parte) y demás menesteres.
Pero, lejos de ser una novela con mirada triste, causa asombro ver que es una de las pocas a las que su autor le da un final felíz. Y no, tranquilos, no les voy a develar la parte más anhelada de una historia, pero sí es importante ese dato, porque no a lo que nos tiene acostumbrados. Lo que sí es igual, es su afán de meter en embrollos a todos sus personajes, a punto tal, que aunque les cuente que la historia tiene un final agraciado, nunca se imaginarán el punto cúlmine que tiene hasta estar en la última hoja del libro.
Entonces, Glass, ex vendedor de seguros, pasa de tener una existencia tranquila y apacible, a vender libros junto a su sobrino, después de heredar un edificio entero y verse inmerso en situaciones confusas y oscuras sin imaginárselo.
Sus amores platónicos, los reales y maduros (y aquí es interesante ver a un Auster mayor, que seduce a mujeres hechas y derechas, pero sin olvidarse de las fantasías) estarán muy presentes. Diría que es un regalo para el universo femenino, porque habla mucho de las mujeres que rodean a Nathan. Un mundo de "bragas, tampones" y demás, como el protagonista lo describe.
Nathan Glass, intenta escribir un libro (sus personajes siempre están vinculados a la literatura, es como una muñeca rusa... literatura, dentro de literatura) al que llama ´El libro de las locuras de los hombres´ y sin quererlo, se da cuenta que lo que le ocurre en la vida misma le da material para varios ejemplares que pasean desde casualidades (siempre presentes en su obra) hasta embrollos amorosos y encuentros familiares. 
Sí, señores, vayan corriendo a buscarlo porque Auster ha regresado intacto. Demos las gracias de tener un nuevo libro suyo con el que podremos ir a dormir, abrazados, porque Auster es una compañía... que siempre vuelve y nunca decepciona.

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