Cómo hacer poesía y morir en el intento Todo lector de los célebres pájaros asustadizos de esta poetisa argentina añora conocer la cocina de su laboratorio poético, el entretejido de una gran herida que parece incitar a la autora a cambiar el prisma con el que observa el mundo. “Voy a escribir todo a partir de los 17 años, el resto no tiene importancia” se nota una Alejandra activísima, que no toma a sus estudios y a sus inquietudes como una cuestión social sino como un problema de ahondar en su identidad por cualquier medio, de hacer que sus vasos sanguíneos se hagan trizas, de correr todo velo que oculta cualquier ciudad: Cursos de Periodismo, Facultad de Filosofía y Letras, pintura con Battle Planas, etc.- Un gran viaje que la obliga a ser finisecular con todos sus movimientos siempre alentados por una gran insatisfacción, una gran ambición y un gran fantasma, pero ella asegura “Es el fantasma el que me tiene miedo a mí, el que me pide agua a mí y no yo a él” La soledad como punto de partida en sus poemas es algo frecuente en el diario: “En Buenos Aires no tengo con quien hablar, no está Mujica para jugar a que estoy en Paris”, sus amoríos siempre con escritores, siempre esa música bellísima de fondo que es la poesía. Adentrándonos en el tiempo, el diario se convierte en una suerte de guía de lecturas de la autora, su famoso “Palais du vocabulaire”, esa frecuente sensación de querer apropiarse del mundo mediante las palabras más verdaderas, párrafos que van a cambiar su vida para siempre, que van a obligarla a “Ver la vida para después ponerla en su lugar” como dice Virginia Wolf. Una de las temáticas más frecuentes es lo corrosivo de lo cotidiano o lo cotidiano como atentado en el alma, Alejandra cita a Huidobro: “Y esa vos que te grita vives y no te ves vivir”, existe esta permanente preocupación por el tiempo movible, por lo que se debe vivir y lo que no, por la necesidad de desmoralizar las estructuras cotidianas para hacerlas más puras, pero ella se encuentra en un mundo apolíneo, en un mundo anti-burroughs, y se refugia en sus innumerables lecturas, pero sobre todo la influencia de los diarios de Kafka: “¿Qué has hecho del don del sexo?” , esa herencia que la incita a rechazar lo existente todo el tiempo. Pero este Diario, además de ser un texto bellísimo es una suerte de manual de creadores, como ser testigo involuntario de ebullición de un volcán, es correr el riesgo de cambiar nuevamente nuestro prisma. Desde mis diecinueve años puedo decir que a las palabras se las lleva el viento si no están bien engarzadas en su casa, la morada del lenguaje. Pero encabalgar frases no es hacer poesía, este tipo de ritmo universal requiere poetas full time, recordando aquella frase de García Lorca “La poesía no quiere adeptos, quiere amantes”. Julieta Messer |