Y Boris Vian escupió sobre nosotros
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por Mariela Rosso
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Vernon Sullivan es el pseudónimo bajo el cual Boris Vian nos dio a conocer una de sus novelas más crueles: Escupiré sobre vuestra tumba. El libro, que toca el tema del racismo, es una caricatura de la sociedad actual y tiene como personaje principal a un hombre negro llamado Lee Anderson, que decide hacerse pasar por blanco para vengar la muerte de su hermano a mano de racistas. A raíz de este suceso, este joven de origen humilde va desarrollando -y esto va increscendo a lo largo de la novela- un odio repugnante hacia la alta sociedad (la misma que condenó a su hermano).
Vale contar que la obra, de alto contenido violento y pornográfico, fue rechazada y prohibida por la critica en su momento, por descarnada y antimoral. Hoy por hoy quizás este hecho nos resultaría anecdótico, aunque en pleno siglo veintiuno todavía no dejamos de asombrarnos al ver cómo se repite esta historia una y otra vez (por citar un solo ejemplo bastarían las recientes y contínuas revueltas ocurridas en Francia con un trasfondo absolutamente racista).
Si bien es cierto que la novela está llena de sacudones emocionales -hasta el punto de provocar el asco total y más si la lectora es mujer- no es justo quedarse solo con una parte de la trama, puesto que la idea que nos quiere reflejar este prolífico autor va mucho más allá, mostrando una realidad que bien podría ser como la de muchos jóvenes ricos y ociosos que no encuentran mayor satisfacción que lucirse en fiestas y vivir una vida sin grandes preocupaciones filosóficas.
Podría decirse que éste es uno de esos libros que uno se sienta a leerlo y puede permanecer horas sin cambiar de postura ni darse cuenta del tiempo que lleva estático devorándo la historia que pasa por sus ojos. Y más aún, si el lector que se enfrenta a este libro es de los que yo llamo del estilo morboso, que busca sangre hasta debajo de las baldosas, por favor que tenga claro que padecerá dependencia de él desde la primera hasta la última hoja. Y digo morbosos porque es imposible no disfrutar -u odiarlas, no habrá extremos- con las escenas de la violación que el negro-blanco Anderson hace a una de las dos hermanas aristocráticas que se cruzan por su camino. No logro quitarme de la cabeza las imagenes de la violación, tan llenas de odio, y me es inevitable recordar una de las últimas escenas (de las que más me marcaron) en donde Anderson está con Lou, una de las adolescentes, en plena violación y describiendo la situación de la siguiente manera: "la sangre meaba en mi boca y ella se retorcía entre las cuerdas. Yo tenía la cara llena de sangre (....) encendí una cerilla y vi que sangraba a chorros, entonces me puse a golpearla (...) oía cómo se le iban quebrando los dientes...", y entonces me pregunto, ¿se puede crear una situación más cinematográficamente lograda?. La historia también fue al cine -cómo no, ¿alguién se lo perdería?- en un corto que escribió y protagonizó el mismo Boris Vian pero dudo que haya tenido la misma intensidad del libro que solo con palabras logra la estupefacción.
Obviamente, no voy a desvelar el final pero les diré que no defrauda, al contrario, sacude hasta el fin y se queda en nuestro interior resonando como una campana que nos sume en un mar de reflexiones.
Todo esto, señores, se condensa en una novela corta, cortísima, que se hará más corta aún por lo adictivo de su contenido. Creo que si hubiera que ponerle música a los libros que uno lee, a este le tocaría unos cuantos temas de jazz de esos que tanto apasionaban al escritor.
Aún así, cabe dejar en claro que si bien no es el mejor trabajo del autor francés (amén de que a mi me haya encantado), cumple muy bien su cometido de trasgresor y rebelde tan típico en él pero, atención, abstenerse amantes de La espuma de los días. Si han quedado prendados de esta delicada historia de amor pueden ocurrirle dos cosas: que Vian los maraville una vez más por sus contrapuntos tan filosos y precisos o que lo abominen para el resto de sus días.
Mariela Rosso
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