PALMERAS SALVAJES de William Faulkner

Juan Manuel Caravello
 

Antes. Quedó dicho en una reseña anterior que existe una lista de autores a leer o dicho más personalmente: yo tengo una lista no escrita de libros que quiero leer. Y ya que me siento con el animo de hacer confesiones debo admitir que las listas se multiplican por mil, entre la ya citada y muchas otras, hay una bastante larga que llamo lista de libros que quiero leer pero no ahora. Muchos de los libros esperan porque su extensión me hace dudar de mi capacidad de enfrentarme a la pereza (Guerra y paz, Por quien doblan las campanas, Viaje al fin de la noche); otros porque no los consigo, otros, simplemente, esperan a que esté de ánimo para lo que supongo será una lectura ardua que requerirá de un lector atento: en esta sub-lista está Las palmeras salvajes de William Faulkner. El azar, que en este caso tomó la forma de una decisión ajena, me enfrenta con la lectura del bueno de William. No será mi primer acercamiento a su obra, antes, en un tiempo que fue hermoso, leí con placer compulsivo Absalón absalón, un volumen de cuentos y Mientras agonizo, fue suficiente hasta hoy. No se decir ahora porque no lo seguí leyendo, tal vez para que no se me terminen los libros de Faulkner.
Ya hay un café cortado con tres de azúcar entre el libro y mis manos; ahora estoy por empezar Las palmeras salvajes como quien se encuentra con alguien después de mucho tiempo.

Durante
> Aparecen dos historias intercaladas, un capitulo una y un capitulo la otra, distinguidas por el título, una se llama El viejo y la otra Las palmeras salvajes. Todavía no sé si se conectan en algún punto.
> Además del suspenso tradicional, léase: el interés por saber de que manera siguen las dos historias, se suma la intriga formal: léase el interés por saber de que modo estructura su novela. La cuestión de la forma es importantísima en la obra de Faulkner, y recomiendo prestar especial atención ante la lectura de cualquiera de sus novelas a la manera en que nos cuenta las historias. Él mismo decía que rescribió cinco veces El sonido y la furia desde cinco de puntos de vista distintos hasta que más o menos le conformó.
> Dos historias en paralelo, pienso en algunos cuentos de Cortazar y en la tentación no soportada de cruzarlas en algún punto.
> Tiene un estilo fuerte, lírico y violento al mismo tiempo. Va forzando al lector con algunos adjetivos desplazados del sustantivo lógico y otros recursos que generan climas agobiantes para los personajes que se transmiten al lector tangiblemente. (Si tiene ganas y la edición de Edhasa, lea el prólogo de Juan Benet en donde se habla bastante del estilo, con más gracia que yo y con más espacio. Eso si, léalo después de leer la novela, porque tiene la mala idea de contar el final.)

Después. Sin hablar del final puedo decir que las dos historias, son historias de viajes, recuerda a Mientras agonizo y su peregrinación interminable. Algunos autores pueden retomar tópicos sin repetirse.
Todo viaje es una búsqueda o una huída, si no es las dos cosas. Las palmeras salvajes habla del amor, de la libertad, del esfuerzo, de los sueños (americanos o no), y de cómo buscamos o rechazamos todo esto de acuerdo a la altura del camino en que estemos.

Pero para incentivar su lectura me gustaría dejarlos con la palabra del autor hablando de su trabajo como tal y de lo que ya dije que es uno de los temas de la obra:
“La única responsabilidad de un escritor es hacia su arte. Será completamente despiadado si es buen escritor. Tiene un sueño. Lo angustia tanto que debe librarse de él. No tiene paz hasta que lo logra. Todo lo demás se arroja por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, para que el libro se escriba. Si un escritor tiene que robarle a su madre, no vacilara en hacerlo.”

Juan Manuel Caravello

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