Cuando le preguntaban “¿Hacia donde va el jazz?”, Thelonious Monk contestaba: “El jazz va hacia donde quiere”. En esa respuesta estaba implícita la consideración de que esa música ya tenía la potencialidad de trascender todas las definiciones de géneros, y todos los confines territoriales.

El mayor logro del “jazz”, algo que de hecho hoy es respetado y estudiado a nivel académico, es la impresionante evolución que ha desarrollado en el lenguaje musical improvisado. Este logro no podía quedar confinado dentro de un ritmo, ni dentro de un espacio territorial limitado.
 

En todo el mundo los músicos se interesaron y se apropiaron de los códigos que los pioneros estadounidenses del jazz habían desarrollado en la improvisación musical. A partir de ahí el jazz, como Monk ya sabía, tomó muchos y distintos caminos, y en cada uno de esos se enriqueció de contenidos originales y peculiares.

   
  Italia, junto a Francia, fue el país europeo que más atención reservó al fenómeno del jazz estadounidense desde su aparición a principios del siglo XX. Las primeras producciones de jazz italiano de esta época ya vislumbraban las potencialidades del encuentro entre el jazz norteamericano y la sensibilidad cultural italiana.
   
El periodista y crítico musical italiano, Luigo Onori, en un artículo sobre “La relación entre el jazz y el folklore en Italia”, identifica en el disco “Crapa Pelada”, de 1936, del acordeonista Gorni Kramer, el primer ejemplo de este contacto. 

Sin embargo, sólo a partir de la segunda posguerra la producción de música jazz italiana empezó a tener una dimensión relevante. De repente aparecieron grupos de músicos y con ellos también de apasionados oyentes, que por lo menos por una década habían cultivado esa pasión bajo las restricciones y la censura que el fascismo y el nazismo habían impuesto sobre todo lo relacionado con el enemigo americano. Paradojicamente, en Italia, uno de los primeros músicos reconocidos de jazz fue justamente un sobrino del “Duce”, el pianista Romano Mussolini.

 

 

Un restringido grupo de talentosos músicos pronto encontraron un espacio profesional tanto en clubs, como en verdaderas orquestas que en muchos casos trabajaban de manera estable en la RAI (Radio y Televisión de Estado) o en el cine, que en ese entonces vivía su época dorada.

Los años cincuenta y sesenta del jazz italiano pasaron como una fase de largo aprendizaje y asimilación de todo lo que llegaba de EE.UU a nivel musical. El crítico Luigi Onori también describió con agudeza lo que estaba ocurriendo en ese entonces: “El jazz, por un largo tiempo fue de tipo derivativo e imitativo. El dixieland, el bebop, y el cool eran el marco de referencia de los músicos, que dejaban de lado el substrato musical folklórico. Y no podía ser de otra forma, ya que Italia estaba viviendo un verdadero boom económico y nadie tenía ganas de evocar una música que se relacionaba con un pasado de miseria”.

Protagonistas de esta época fueron músicos como el saxofonista Gianni Basso, el guitarrista Lino Patruno, los trompetistas Oscar Valdambrini y Nunzio Rotondo, y el bajista Carlo Loffredo, sólo para citar algunos.


Fue con la revolución del “free jazz”, a partir de los años sesenta, que se desató en Italia el interés en la elaboración de una música autonoma, despegada de los modelos norteamericanos y más relacionada con el patrimonio cultural local. Junto a esto, las nuevas instancias culturales, sociales y políticas que se afirmaron con el movimiento juvenil y obrero de los años 1968 y 1969 trascendieron en el ámbito musical, y afirmaron la cuestión de la recuperación de la cultura popular y folklórica.

 

En esta época de verdadera explosión creativa musical, tres figuras de músicos y compositores se destacan bajo el signo de un auténtico rigor intelectual y conceptual del que surgió una música autóctona y original. El pianista Giorgio Gaslini, el bajista Bruno Tommaso y el saxofonista Mario Schiano.  
  Se experimentó la fusión no sólo entre estilos y generos músicales distintos, sino que se quebraron las fronteras de distinción entre música, teatro, poesía y literatura para dar origen a un arte totalmente libre y expresiva a un máximo grado.

 

A partir de este momento, el jazz italiano encuentra su propio camino, y demuestra su madurez en una producción musical que ya no le tiene miedo a la confrontación con los maestros norteamericanos. Es más, a partir de los años setenta se hace muy frecuente la colaboración y la integración en conjuntos, entre músicos italianos y norteamericanos, sobre todo de la vanguardia del free.

La colaboración entre Steve Lacy y el trompetista italiano de sólo veinte años, Enrico Rava, en 1975, los discos del pianista Enrico Pierannunzi con el saxofonista Lee Konitz, o del pianista Franco D’Andrea con Phil Woods, son sólo algunos ejemplos de esta confrontación e integración entre músicos que ya comparten un mismo código expresivo, pero cada uno con características originales que derivan de historias y culturas diferentes.

 

Una mención particular merece el fallecido saxofonista alto Massimo Urbani, que protagonizó a caballo de los años setenta y ochenta una fulminante carrera de solista revelando un talento puro que muchos compararon al del genial Charlie Parker. Así como su ídolo, “Bird”, Urbani murió demasiado joven, a los 36 años, consumido por el abuso de drogas.
 
Esta generación de músicos sigue destacándose, y jazzistas como el trompetista Paolo Fresu, el saxofonista Daniele Sepe, la cantante Maria Pia De Vito, el bajista Paolo Damiani, el pianista Stefano Battaglia y el baterista Roberto Gatto, otra vez sólo para citar algunos, son artistas reconocidos hoy a nivel internacional.
 
Muchas actividades relacionadas con esta música surgieron paralelamente al crecimiento del movimento jazzistico italiano. A mitad de los años setenta nacen varios sellos discográficos italianos que empiezan a editar no solamente grabaciones de músicos locales, sino que ofrecen un espacio importante a esa vanguardia norteamericana que no encontraban un lugar digno en el mercado estadounidense.
Un simple recorrido por el catálogo de la etiqueta italiana Soulnote/Blacksaint demuestra la importancia adquirida también por parte de la industria discográfica local en la difusión del jazz mundial.
Otro aspecto para destacar es el surgimiento de festivales de jazz en toda Italia, el más importante de los cuales, Umbria Jazz, festejará en 2003 sus treinta años de vida. Los festivales y la posibilidad de escuchar en vivo los músicos provenientes de distintas áreas y naciones fueron un ulterior elemento determinante para la difusión y el crecimiento del contexto jazzistico italiano.
 
Hoy, a parte de Umbria Jazz, existen decenas de festivales orientados cada uno hacia un concepto distinto de la programación. Así, por ejemplo, el festival de verano “Siena Jazz” brinda una importancia mayor a los interpretes locales, mientras que el festival de “Rumori Mediterranei”, en Roccella Jonica (Calabria), busca la fusión con la tradición musical del area mediterranea.
 

 

Hoy en día el panorama italiano así como el de EE.UU y de los demás paises refleja cierta indefinición creativa entre la profundización y la evolución del neobop y la busqueda de nuevas sonoridades. Muchos de los proyectos músicales que surgen son orientados cada vez más a la confluencia entre culturas pero no siempre los resultados merecen el esfuerzo.

 

De todas formas, brillantes y jovenes intérpretes/compositores italianos de jazz siguen afirmándose no solamente en su país, sino también afuera de los confines de la península. Los saxofonistas Stefano Di Battista y Rosario Giuliani, los trompetistas Flavio Boltro y Marco Tamburini, el guitarrista Emanuele Basentini, el pianista Pietro Lussu, el bajista Pietro Ciancaglini y muchos otros han recogido la herencia del “jazz italiano”.  


LUDOVICO MORI

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